lunes, 28 de marzo de 2011

mis segundos canadienses


Si el estereotipo marca que el mundo y los aledaños de la cooperación están llenos de canadienses, he aquí mi segundo encuentro con ellos. En este caso se trata de Marta y su pareja, que gestionan y dirigen, de manera voluntaria, proyectos de desarrollo financiados con fondos de un conjunto de donantes particulares de su país; a pesar de no estar constituidos como ONG, siguen los preceptos de trabajo directo con la comunidad en el diseño, ejecución (la población ha de aportar obligatoriamente la mano de obra) y evaluación de los proyectos. Marta vive durante 6 meses al año en Ometepe, en una casa estilo Robinson construida con madera y caña y mucho gusto por su pareja, que es carpintero, y el resto del año, trabajan en Canadá donde ahorran lo suficiente para poder compaginar sus dos escenarios vitales. Uno de los proyectos implementados este año ha sido un tramo de la canalización necesaria para concluir el proyecto de abastecimiento de agua en el que también trabaja la asociación con la que colaboro y, como lo acababan de finalizar y se marchaban de vuelta a su país, la comunidad organizó una comitiva de despedida y me invitaron a unirme con ellos. A las 7h de la mañana, montados todos -unos 30-  en un camión platanero, recorrimos los 20 km de pedregal que distan hasta el hogar de los canadienses; cargaban con sus propias sillas, con dos pasteles, bebida y un cesto lleno de frutas a modo de regalo, todo pagado a través de recolecta colectiva entre los habitantes de una comunidad que figura oficialmente en el listado de territorios de extrema pobreza de Nicaragua (con unos ingresos que no alcanzan los 3$ al día)… de nuevo una demostración de que la generosidad es una actitud vital no ligada a la riqueza. Y oh sorpresa, me tenían reservado una bolsa con una sandía y un melón que me ofrecieron como un obsequio por ser cómplice del evento y que yo recogí con la emoción propia del momento. Para sellar el acto, el pastor evangélico que acompañaba al séquito, bendijo el viaje de vuelta de los canadienses y el líder de la comunidad agradeció de forma digna y elegante el trabajo compartido y Marta, con su característico histronionismo y su total ausencia de paternalismo, sólo coreaba “qué alegre, qué alegre todos”.

4 comentarios:

  1. que bonita muestra de generosidad, ya podrían aprender más de uno...

    ResponderEliminar
  2. ya te estoy viendo... ellla gritando que alegres todos y tu haciendo honor a esa frase tan de nuestra vida d "traigo una sandia".. no ves que es que este viaje tuyo esta cargado de reminiscencias de tu vida??

    besos

    ResponderEliminar
  3. Vaya! Así que los canadienses igual que vienen... se van! Ya podían coincidir los 6 meses de estar allá con tus 4. Realmente hay algo que con la superabundancia de nuestro entorno se nos pierde. Me estoy imaginando a alguien con una bolsa de plástico del Hiperfruit subiendo al 34 y el paralelismo en el caso Nicaragua. Esta bien poder leerte y vivir esto aunque sea de manera indirecta

    ResponderEliminar
  4. No me cabe duda de que les contarías el chiste de cenicienta y el melón...

    ResponderEliminar