martes, 15 de marzo de 2011

aterrizaje

Tras el cierre de etapa caótico en Menorca –gracias de nuevo al equipo de logística que gestionó igual de bien mis bártulos que mis cócteles anímicos-  y del avituallamiento de consejos y cuidados en Madrid, me embarco en el primero de mis tres aviones con un pensamiento recurrente: ¿quién me manda meterme en estos berenjenales? Despotrico contra mi alter ego y me juro intentar castrármelo a la vuelta. No obstante, los temores estaban centrados en el acto de volar, pero he aquí que la sesión de desprogramación del miedo a los aviones (y en su versión más incrédula: el efecto placebo) hace su función y no necesito recurrir ni a las drogas ni al vino blanco para sobrevivir. Adoro además al personal de vuelo de KLM, todas viejas glorias con cara de soportar turbulencias con elegancia. Primer triunfo sobre la incertidumbre. Sigo expectante. Adentrarse en el trópico con mochila de 22’5kg y aspecto de perdida es menos literario que visualizarte en un libro de Sepúlveda

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