jueves, 12 de mayo de 2011

tiendas




La religión en Nicaragua está omnipresente y eso no excluye al márquetin comercial: qué mejor reclamo que invocar a Jehová en las paredes de las pulperías (tiendas que se asemejan a los ultramarinos) mientras anuncian que sólo fía Dios. El resto, es tan gráfico que sobran casi, casi las explicaciones: una carnicería con el nombre de Niño Jesús que nos remite a un tierno infante que se ha cargado a la mitad de la humanidad con un hacha en la mano para luego vender sus vísceras, un Jesucristo, ya crecido, en régimen de multipropiedad o una librería que nos conduce al tercer cielo sin indicarnos cuál es el primero o el segundo (y para los más prosaicos que os preguntéis qué es un encolochado, sabed que se trata de un encuadernado en espiral)

viaje al río San Juan




San Juan es nica, este es el salvoconducto que hay que presentar si quieres ser bien recibido en el río San Juan, espacio fronterizo con Costa Rica y por ello mismo, causante de jaleos entre ambos países. Con esa idea clarita, allá nos fuimos a coleccionar paisajes y personajes. No tardamos en conocer, mérito de una de mis compañeras de viaje que tiene la provechosa capacidad de simular que escucha mientras vuela en sus nubes, al que sería la gran estrella del evento: un director de cine mexicano (verifiqué en internet que era cierto este dato) que se nos pegó 4 días a nuestras correrías. El chaval – de 49 años y 2 metros de largo – era un buen narrador de anécdotas y un compulsivo galán que acabó atosigándonos con su necesidad de hacer realidad nuestros pequeños deseos cotidianos; para cuando constatamos que estaba empezando a tejer unos hilos alrededor nuestra con el fin de convertirnos en las protagonistas de su propio guión, ya habíamos alcanzando el punto de saturación y tuvimos, como requería la ocasión, una despedida tragicómica mientras se marchaba solo en el taxi que, amablemente y sin consultarnos, había decidido contratar para sus actrices invitadas.

Afortunadamente, la aventura dio más de sí y también pudimos recorrer parte del río en una panga (barcaza) colectiva, colmo de la lentitud y la incomodidad o visitar un tramo de la reserva natural Indio-Maíz donde Secundino, un guía que combinaba su trabajo con la ardua tarea de ser pastor evangelista, nos mostró aquellos elementos que siempre impresionan al turista: que si una ranita enana roja y venenosa, que si el árbol del chicle, que si unas hormigas gigantes o unas huellas de serpiente. Todo mereció su consabido Ohh.

La vuelta aún nos tenía preparada la guinda: después de ser partícipes de un ejercicio de canibalismo para conseguir comprar los billetes de autobús que nos conducirían a Managua (todo el mundo se colaba y nadie, salvo las españolas amantes del decoro, se enojaba siquiera), decidimos pagar un taxi a medias con tres suizo-italianos. La negociación con el conductor también fue propia de la ley de la selva, hasta que nos soltó una de las mejores frases que he tenido el gusto de escuchar jamás: “Pueden estar tranquilas, que yo aprendí cortesía en Carolina del Norte”. Imposible no rendirse ante semejante declaración de estilo.  A mitad de trayecto, fuimos testigos de un accidente de tráfico y, como en nuestras filas iban dos enfermeras y un médico, nos paramos a socorrer. A partir de ahí, todo fue un cúmulo de despropósitos surrealistas: la ambulancia no estaba disponible en fin de semana con lo que se transportó al señor inconsciente en nuestro taxi, nadie se hacía cargo de la señora en estado de shock puesto que todo el gentío ahí presente únicamente se interesaba en tomar fotografías con sus móviles, y nos tocó acompañarla en otro coche improvisado hasta el centro sanitario, que no disponía de ningún equipamiento para atenciones de emergencia, de ningún teléfono y de ningún profesional que supiera cómo actuar. El señor no consiguió sobrevivir y tuvimos que informar nosotras a la familia, mientras el médico del centro sólo repetía que no disponían tampoco de morgue con lo que los familiares debían acelerarse y pasar a recoger al muerto antes de que empezase a oler. Con todo este trajín, nos habíamos retrasado al menos 2 horas, razón por la cual, el inspirado taxista dio por sentenciada nuestra filantropía con un: “Dios ya ha tomado nota en su cuaderno de todo lo que hemos ayudado, nos podemos ir”. Pero como al parecer Dios tarda en enviar las recompensas, el caballero y su ayudante en cuestión, se acercaron al vehículo siniestrado a ver qué podían llevarse, intento que abortamos con un grito de estupor.

Regresamos a nuestras respectivas cuevas, aturdidas y con la mochila cargadita de idiosincrasias.

lunes, 2 de mayo de 2011

ascenso al volcán Maderas


Comienzo grandioso de las vacaciones de Semana Santa: subida de los 1.494m del volcán Maderas, de bosque tropical húmedo y culminado por un cráter que alberga una laguna. A las 5:00h nuestro guía espera puntual, una de las muchas demostraciones de lo profesional que resultó ser. Me acompañan mis dos menorquinas, treintañeras, cuestión ésta que se nos hace patéticamente patente en la primera hora de subida cuando notamos que no nos responde la capacidad pulmonar que preveíamos. Y a partir de ahí, todo fue un muestrario de decadencia de nuestro antaño esplendor corporal, unido a un sudor que nos empapaba el orgullo a fondo. Afortunadamente, a nuestros 30 (y pico) años hemos de sumarle nuestra capacidad de superación y de autoparodia con lo que, el equipo de lisiadas alcanzó la cumbre… y consiguió bajar, que era igual de difícil dado el barrizal y la pendiente. A mi rodilla derecha se le ocurrió inflamarse y con ello, convertirme el descenso en una prueba de resistencia… así que me enganché a un palo e hice mi particular Jacobeo. El guía, compasivo, nos regaló, muy dignamente, paradas y explicaciones cada media hora (y sólo por eso, ya se merece foto en el blog). En total - incluido descanso en el cráter rodeado de vegetación hiperbólica- invertimos 9 horas en ir y volver con una moraleja: nuestros cuerpos tienen limitaciones, nuestro carácter-pecho-palomo aún no.

sábado, 30 de abril de 2011

viaje a León

Primera salida de la isla. Viajo a León donde me reúno con las otras dos menorquinas que están colaborando como voluntarias en Nicaragua. Entre barco, autobuses y sortear la marcha política y su consiguiente contramarcha que se han convocado en Managua en un ejercicio de comprobar quien la tiene más larga, invierto 9 horas en llegar. Pero la ciudad recibe a lo grande: hay movimiento en las calles, hoteles que ocupan antiguas casonas coloniales, variada oferta gastronómica, libros de segunda mano, museos y ese rezumar cultureta que desprenden las ciudades universitarias.
El ambiente facilita un encuentro ya necesario para mí: añoraba degustar compañía con la que poder compartir todo el cúmulo de impresiones que regala este caótico y embaucador país. Tras intercambiar nuestras valoraciones sobre la cooperación y nuestros respectivos proyectos y retroalimentar nuestras almas inquietas, conseguimos aparcar el tonito intelectual y dedicarnos a lo realmente importante: la tontunez, la comida y los paseos a una playa bravucona y salvaje de la costa pacífica.
En mitad de esta concesión al hedonismo, reservamos, no obstante, un tiempo para conocer los vestigios de la lucha política y armada que protagonizó la ciudad, gran bastión del sandinismo;  y mientras contemplábamos alguno de sus rastros más llamativos -los grandes murales pintados en paredes al aire libre-  tuvimos la fortuna de conocer al “Teacher”, un autoproclamado guía turístico que nos contó historias de León a la par que nos detallaba su vasto y polivalente currículum como orfebre, profesor de taekwondo, cantante nocturno o director de pasacalles. Y quiso esa misma fortuna, que yo cediese y le diera mi número de teléfono, y desde entonces, hemos recibido un sinfín de mensajes en las que no para de vendecirnos (con v) y dejarnos las puertas de su corazón habiertas (con h), firmado “El artesano de voz romántica”. Pues eso, que me hacía falta salir de casa para interaccionar con el mundo.

miércoles, 27 de abril de 2011

autobuses

Una de las mayores oportunidades de incursión antropológica en Nicaragua la proporciona la emocionante aventura de montarse en un autobús. La imprevisibilidad de los horarios ya lo convierte en una gran experiencia de gestión del caos y de aprendizaje de largas esperas, que pareciera que vas todo el día con un Godot pegado a la chepa. Por otro lado, los vehículos de transporte colectivo en Ometepe, no son como los típicos autobuses de ruta escolar de las películas norteamericanas, son esos mismos. De color amarillo, con asientos duros, y ventanillas estrechas, están tuneados con pegatinas de sagrados corazones y bendiciones por doquier, afición que se  comprende una vez que te has montado en un ellos, pues únicamente encomendándote a los dioses, se puede sobrevivir al nivel de densidad demográfica que soportan. No se paga billete al montarse, sino que hay que esperar a que, una vez que estemos todos amalgamados  y en marcha, pase el auxiliar de conductor a cobrar. Tampoco hay timbre para solicitar parada, sino un sofisticado sistema de silbidos que anuncian que hay que detenerse o seguir camino “suaaave, suaaave”. En el resto del país, los autobuses son el gran punto de venta de comida o medicamentos (previo recital teatralizado de sus indicaciones) y, dado el ambiente callejero sobre ruedas que se genera, siempre acabas estableciendo conversaciones con tu compañero de hacinamiento, cuando no sosteniendo en tu regazo algún bártulo o niño pequeño que no ha encontrado hueco. Y de banda sonora, un regeaton detrás de otro… pena que no haya sitio para mover las caderas.

lunes, 28 de marzo de 2011

a caballo

Con la gran experiencia que me brindó la única vez en mi vida que he montado a caballo, me arremango el coraje, me visto con el talante de amazonas y acepto la propuesta de Willi (alias Chocolatito), un joven guía con carácter emprendedor, de ir de paseo hasta la playa con un equino entre las piernas. Nos damos cita a las 6h para ir hasta el picadero, que resulta ser la casa de un agricultor que renta los dos caballos con los que realiza las labores del campo. Y de repente, todos los pasos se aceleran y mientras voy repitiendo y repitiendo que tengo un nivel de principiante, ya me tienen a lomos del animal, me dan las dos cuerdas y me dejan suelta al grito de “jálale despacito y se parará”: falso. Con algo así como la valentía de los temerarios, recorro los 10 km de paseo por caminos de tierra, carretera y costa, agradeciendo que mi caballo, que es albino de mirada esquiva, sea además, de personalidad gregaria y siga al guía (que no entiende de nociones básicas de manejo del asunto). El espectáculo comienza cuando hemos de reemprender la vuelta y se confirma la advertencia matutina del propietario de las bestias “cuidado con el más joven que se embravece al montarlo” y el guía, experto jinete, no consigue de ningún modo sujetar al susodicho que se echa a correr todo ufano por la arena. Escena final: ahí nos tenéis a Chocalatito  y a mi intrépida persona, subidos en un mismo caballo y muy apretados en la misma silla, de regreso al hogar mientras el caballo que apuesta por la autodeterminación, nos sigue a unos metros. El orgullo y lo cómico de la situación, nos hacen mantener la mirada alta y hacer como que no escuchamos los mil comentarios picantes y burlescos de las personas que nos encontramos por el camino aludiendo a la gran picaresca que ha tenido que demostrar el guía para conseguir cabalgar agarradico a mi espalda. Yo voy tranquila al respecto pues Willi, después de media hora avanzando en semejante estado, en voz extremadamente baja, me confiesa al oído “no podría embravarte aunque quisiera, que tengo los huevos tumecidos”… Asi que, cotocloc cotocloc continuamos avanzando I'm a poor lonesome cowboy I've a long long way from home

mis segundos canadienses


Si el estereotipo marca que el mundo y los aledaños de la cooperación están llenos de canadienses, he aquí mi segundo encuentro con ellos. En este caso se trata de Marta y su pareja, que gestionan y dirigen, de manera voluntaria, proyectos de desarrollo financiados con fondos de un conjunto de donantes particulares de su país; a pesar de no estar constituidos como ONG, siguen los preceptos de trabajo directo con la comunidad en el diseño, ejecución (la población ha de aportar obligatoriamente la mano de obra) y evaluación de los proyectos. Marta vive durante 6 meses al año en Ometepe, en una casa estilo Robinson construida con madera y caña y mucho gusto por su pareja, que es carpintero, y el resto del año, trabajan en Canadá donde ahorran lo suficiente para poder compaginar sus dos escenarios vitales. Uno de los proyectos implementados este año ha sido un tramo de la canalización necesaria para concluir el proyecto de abastecimiento de agua en el que también trabaja la asociación con la que colaboro y, como lo acababan de finalizar y se marchaban de vuelta a su país, la comunidad organizó una comitiva de despedida y me invitaron a unirme con ellos. A las 7h de la mañana, montados todos -unos 30-  en un camión platanero, recorrimos los 20 km de pedregal que distan hasta el hogar de los canadienses; cargaban con sus propias sillas, con dos pasteles, bebida y un cesto lleno de frutas a modo de regalo, todo pagado a través de recolecta colectiva entre los habitantes de una comunidad que figura oficialmente en el listado de territorios de extrema pobreza de Nicaragua (con unos ingresos que no alcanzan los 3$ al día)… de nuevo una demostración de que la generosidad es una actitud vital no ligada a la riqueza. Y oh sorpresa, me tenían reservado una bolsa con una sandía y un melón que me ofrecieron como un obsequio por ser cómplice del evento y que yo recogí con la emoción propia del momento. Para sellar el acto, el pastor evangélico que acompañaba al séquito, bendijo el viaje de vuelta de los canadienses y el líder de la comunidad agradeció de forma digna y elegante el trabajo compartido y Marta, con su característico histronionismo y su total ausencia de paternalismo, sólo coreaba “qué alegre, qué alegre todos”.